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miércoles, 19 de diciembre de 2012

¡El Niño Jesús sí va a nacer en mi familia!

Autor: Francisco Gutierrez - Fuente catholic.net
¡El Niño Jesús sí va a nacer en mi familia!
Quedan pocos días para Navidad, ¿ya está listo el corazón de mi familia?
¡El Niño Jesús sí va a nacer en mi familia!
¡El Niño Jesús sí va a nacer en mi familia!

El pesebre ya está puesto en nuestras casas y todo está decorado para la Navidad. Salen a relucir las guirnaldas de colores, las luces que se prenden y apagan, las figuritas del Pesebre, los monitos y angelitos.

Los niños participaron, todos ubicaron su adorno favorito o los objetos que con esmero ellos mismos han preparado.

La celebración va viento en popa.

Sin embargo, a medida que pasan los días, nos vamos acostumbrando a que toda esa decoración que colocamos con tanta dedicación y cariño, empieza a ser parte de la decoración tradicional de la casa.

Así, sin darnos mucha cuenta, llega el día 24 y 25 de diciembre.

Y comienzan las visitas, los apuros, las carreras. Vamos subiendo y bajando, todos arriba del auto, los niños cansados, llorosos, algunos de mal humor, y en sus manos llevan unos regalos que no saben siquiera quién se los dio.

En los colegios ya pasaron las lindas pastorelas con nuestros hijos disfrazados de los principales personajes del Nacimiento de Jesús o cantando los villancicos que nos ambientan para celebrar la Navidad.

De este modo, casi sin percatarnos, celebramos el nacimiento de Jesús.

¡¡¡Preparemos este año, como familia, la llegada de Cristo!!!

Todas las noches previas a Navidad, tratemos de reunir a la familia frente al Pesebre. Que cada miembro de la familia le diga algo especial al Niño que nace, pidiéndole algo, ofreciéndole su mejor esfuerzo. Una cuna de unidad familiar, de oraciones, de alegrías, de preocupaciones, todas representadas en ese pequeño pesebre que hemos preparado con tanto cariño para recordarnos a nosotros mismos el Nacimiento del Niño Jesús.

Que todos empecemos a sentir esa paz que anuncian los ángeles a los hombres de buena voluntad, que al estar frente a nuestro pesebre, escuchemos esos cantos de alegría, que podamos empezar a ver la luz de la estrella de Belén.

Todos, padres e hijos, necesitamos frenar un poquito nuestras carreras de todo el día y acercarnos a María y a José que esperan con calma y en silencio la llegada de Dios. Todos, ángeles, pastores, borregos, animalitos y todos los personajes que forman nuestro nacimiento esperan, están en silencio, todos con una cara llena de paz, esperanza y alegría.

Ahora sí, ¡ pongamos atención a nuestro nacimiento y a todos nuestros adornos navideños, está a punto de suceder el gran acontecimiento por el cual fueron colocados en nuestra casa!

Proyectemos ese pequeño pesebre a nuestro corazón. Así Jesús se hará carne en nuestro interior y podrá hacer de nosotros un lugar donde nacer, latir y vivir para siempre.

¡FELIZ NAVIDAD A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD!

miércoles, 12 de diciembre de 2012

LA VIRGEN DE GUADALUPE


 

Nuestra Señora de Guadalupe

Historia de la fiesta
Aunque las diferentes advocaciones de la Virgen María son muy numerosas, la Iglesia le da especial importancia a las tres apariciones de la Virgen María en diferentes partes del mundo:

  • Aparición de la Virgen de Guadalupe: 12 de Diciembre de 1531 en México.
  • Aparición de la Virgen de Lourdes: 11 de Febrero de 1858 en Francia.
  • Aparición de la Virgen de Fátima: 13 de Mayo de 1917 en Portugal.

    Debemos recordar que es la misma Virgen María la que se ha aparecido en los distintos lugares, en estos tres momentos para ayudarnos y animarnos a seguir adelante en nuestro camino al cielo. En estas apariciones, la Virgen nos ha pedido rezar el Rosario, acudir al Sacramento de la Penitencia y hacer sacrificios para la salvación del mundo.

    La Virgen de Guadalupe es muy importante para la fe de todos los mexicanos, pues en ella nuestra Madre del Cielo manifestó claramente su amor de predilección por este pueblo, dejando un hermoso mensaje lleno de ternura y dejando su imagen grabada en un ayate como muestra de su amor.

    En el Nican Mopohua se puede encontrar la historia completa de las apariciones de la Virgen de Guadalupe, pero aquí presentamos un resumen de la misma:

    Hace muchos años, los indios aztecas que vivían en el valle de México, no conocían a Jesús. Ellos tenían muchos dioses y eran guerreros. Los misioneros eran unos sacerdotes que vinieron de España y que poco a poco fueron evangelizando a los indios. Les enseñaron a conocer, amar e imitar a Jesús en la religión católica y los bautizaron.

    Entre los primeros que se bautizaron, había un indio muy sencillo llamado Juan Diego, quien iba todos los sábados a aprender la religión de Cristo y a la misa del pueblo de Tlatelolco.

    El sábado 9 de Diciembre de 1531, cuando Juan Diego pasaba por el Cerro del Tepeyac para llegar a Tlatelolco, escuchó el canto de muchos pájaros y una voz que le decía: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?". Al voltear Juan Diego vio una Señora muy hermosa.

    La Señora le dijo: "Yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios. He venido hasta aquí para decirte que quiero que se me construya un templo aquí, para mostrar y dar mi amor y auxilio a todos ustedes".

    La Virgen le dijo a Juan Diego que fuera a ver al Obispo y le contara lo que Ella le había dicho.

    Juan Diego salió de la casa del Obispo muy triste porque no le creyó. Entonces fue al Cerro del Tepeyac a pedirle a la Virgen que mejor mandara a un hombre más importante porque a él no le creían.

    La Señora le dijo a Juan Diego que volviera el domingo a casa del Obispo. Esta vez, el Obispo le dijo que le trajera una señal, es decir, una prueba de que la Señora de verdad era la Virgen.

    Juan Diego no pudo ir al día siguiente al Tepeyac, pues su tío Bernardino se puso muy enfermo y fue por un médico. Fue hasta el martes, cuando al pasar por el cerro para ir por un sacerdote que confesara a su tío, se le apareció la Virgen y le dijo: "Juanito, Juan Dieguito; ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿Por qué te preocupas?”. Después, le hizo saber que su tío ya estaba curado y le pidió que subiera a la punta del cerro a cortar unas rosas y las guardara en su ayate. Juan Diego se sorprendió de aquella orden, pues era invierno y no era tiempo de rosas. Sin embargo, obedeció y encontró las rosas tal como la Virgen le había dicho. Se las llevó y Ella le dijo: "Hijo mío, el más pequeño, estas rosas serán la prueba que llevarás al obispo".

    Juan Diego fue de nuevo a ver al Obispo y le dijo que la Virgen le había mandado la prueba de que Ella era realmente la Virgen.

    Al soltar su ayate, las rosas cayeron al suelo y apareció dibujada en la tela la preciosa imagen de la Virgen de Guadalupe.

    Fue entonces cuando el Obispo creyó que la Virgen quería que le construyeran en ese lugar un templo.

    El ayate permaneció un tiempo en la capilla del Obispo Fray Juan de Zumárraga. El 26 de diciembre de 1531 lo trasladaron a una ermita construida al pie del Tepeyac.
  • En 1754, Benedicto XIV nombró a al Virgen de Guadalupe patrona de la Nueva España, desde Arizona hasta Costa Rica.
  • El 12 de octubre de 1895 se llevó a cabo la coronación pontificia de la imagen, concedida por León XIII.
  • En 1904, San Pío X elevó el santuario de México a la categoría de Basílica y en 1910 proclamó a la Virgen de Guadalupe, Patrona de toda América Latina.
  • En 1945, Pío XII le dio el título de la Emperatriz de América. El 12 de Octubre de 1976 se inauguró la nueva Basílica de Guadalupe.
    Miles de personas de México y del mundo entero, visitan cada año la Basílica de Guadalupe, en donde está la hermosa pintura que la Virgen pintó a Juan Diego en su ayate para pedirle a Nuestra Madre su amor, su protección y su ayuda.

    Las peregrinaciones no sólo se llevan a cabo en México, las hay en todos los países del mundo a diferentes templos. Algunas personas van de rodillas, porque le hacen una promesa a la Virgen cuando le piden un favor. En las peregrinaciones, la gente va haciendo oración, sacrificios y cantando. Muchas veces, las peregrinaciones vienen de muy lejos y se tardan varios días en llegar a darle gracias a la Virgen por algún milagro o favor que les concedió. El amor a la Virgen es lo que mueve a todas estas personas a irla a visitar desde su ciudad.
    En las peregrinaciones, las personas suelen llevar estandartes con la imagen de la Virgen y mantas donde escriben el nombre de su pueblo, de su familia, de su empresa.

    Oración a la Virgen de Guadalupe

    Préstame Madre tus ojos, para con ellos poder mirar, porque si con ellos miro, nunca volveré a pecar.
    Préstame Madre tus labios, para con ellos rezar, porque si con ellos rezo, Jesús me podrá escuchar.
    Préstame Madre tu lengua, para poder comulgar,
    pues es tu lengua patena de amor y santidad.
    Préstame Madre tus brazos, para poder trabajar, que así rendirá el trabajo una y mil veces más.
    Préstame Madre tu manto, para cubrir mi maldad, pues cubierta con tu manto al Cielo he de llegar.
    Préstame Madre a tu Hijo, para poder yo amar.
    Si tu me das a Jesús, qué más puedo yo desear
    y ésta será mi dicha por toda la eternidad.
    Amén.

    Canciones guadalupanas

    La Guadalupana
    Desde el Cielo, una hermosa mañana (bis)
    La Guadalupana (tres veces)bajó al Tepeyac.
    Suplicante juntaba sus manos (bis)y eran mexicanos (tres veces) su porte y su faz.
    Su llegada llenó de alegría (bis)
    De luz y armonía (tres veces) el Anáhuac.
    Junto al monte pasaba Juan Diego (bis)
    Y acercóse luego (tres veces) al oír cantar.
    A Juan Diego la Virgen le dijo (bis)este cerro elijo (tres veces) para hacer mi altar.
    Y en la tilma entre rosas pintada (bis)Su imagen amada (tres veces)se dignó dejar.
    Desde entonces para el mexicano (bis)Ser guadalupano (tres veces) es algo esencial.En sus penas se postra de hinojos (bis)Y eleva sus ojos (tres veces)hacia el Tepeyac. http://www.youtube.com/watch?v=vkwuzOtiink

  • A TI VIRGENCITA

    viernes, 30 de noviembre de 2012

    EL SANTO ROSARIO

    Las promesas, bendiciones y beneficios del Rosario


    Las promesas del Rosario
    1. Aquellos que recen con enorme fe el Rosario recibirán gracias especiales.
    2. Prometo mi protección y las gracias más grandes a aquellos que recen el Rosario.
    3. El Rosario es una arma poderosa para no ir al infierno, destruirá los vicios, disminuirá los pecados, y defendernos de las herejías.
    4. Se otorgará la virtud y las buenas obras abundarán, se otorgará la piedad de Dios para las almas, rescatará a los corazones de la gente de su amor terrenal y vanidades, y los elevará en su dedeo por las cosas eternas. Las mismas almas
     se santificarán por este medio.
    5. El alma que se encomiende a mi en el Rosario no perecerá.
    6. Quien rece el Rosario devotamente, y lleve los misterios como testimonio de vida no conocerá la desdicha. Dios no lo castigará en su justicia, no tendrá una muerte violenta, y si es justo, permanecerá en la gracia de Dios, y tendrá la recompensa de la vida eterna.
    7. Aquel que sea verdadero devoto del Rosario no perecerá sin los Sagrados Sacramentos.
    8. Aquellos que recen con mucha fe el Santo Rosario en vida y en la hora de su muerte encontrarán la luz de Dios y la plenitud de su gracia, en la hora de la muerte participarán en el paraíso por los méritos de los Santos.
    9. Libraré del purgatorio a quienes recen el Rosario devotamente.
    10. Los niños devotos al Rosario merecerán un alto grado de Gloria en el cielo.
    11. Obtendrán todo lo que me pidan mediante el Rosario.
    12. Aquellos que propaguen mi Rosario serán asistidos por mí en sus necesidades.
    13. Mi hijo me ha concedido que todo aquel que se encomiende a mi al rezar el Rosario tendrá como intercesores a toda la corte celestial en vida y a la hora de la muerte.
    14. Son mis niños aquellos que recitan el Rosario, y hermanos y hermanas de mi único hijo, Jesucristo.
    15. La devoción a mi Rosario es una gran señal de profecía.
     


    Bendiciones del Rosario
    1. Los pecadores son perdonados.
    2. Las almas sedientas son refrescadas.
    3. Aquellos que son soberbios encuentran la sencillez.
    4. Aquellos que sufren encontrarán consuelo.
    5. Aquellos que estan intranquilos encontrarán paz.
    6. Los pobres encontrarán paz.
    7. Los religiosos son reformados.
    8. Los vivos aprenderán a sobrepasar el orgullo.
    9. Los muertos (las almas santas) aliviarán sus dolores por privilegios.




    Los beneficios del Rosario
    1. Nos otorga gradualmente un conocimiento completo de Jesucristo.
    2. Purifica nuestras almas, lavando nuestras culpas.
    3. Nos da la victoria sobre nuestros enemigos.
    4. Nos facilita practicar la virtud.
    5. Nos enciende el amor a Nuestro Señor.
    6. Nos enriquece con gracias y méritos.
    7. Nos provee con lo necesario para pagar nuestras deudas a Dios y a nuestros familiares cercanos, y finalmente, se obtiene toda clase de gracia de nuestro Dios todopoderoso.

    lunes, 25 de junio de 2012

    SAN GIUSEPPE MOSCATI

    San Giuseppe Moscati: un Médico que cura con amor

    Fuente: Pbro. Dr. Rafael Arce Gargollo 
    San Giusseppe Moscati Doctor de cuerpos y almas, un profesional que nos enseña a ser santos en el trabajo cotidiano
    Giuseppe Moscati (1880-1927)



    Tenía escasos cuarenta y siete años cuando murió. Hoy viven aún unas cuantas personas que conocieron y recuerdan con gran afecto a Don José, al Dottore Giussepe, como le llamaban en Nápoles, Italia. Incluso se sabe bien en qué hospitales daba consulta. Algunos conservan como recuerdo invaluable algunos de sus instrumentos de trabajo: una bata, ya amarillenta, su escritorio; y otros objetos, que fueron parte de su vida: un estetoscopio, un termómetro, el viejo maletín negro, un martillo para medir los reflejos y otras cosas necesarias para revisiones médi­cas de rutina.
    Giusseppe Moscati había nacido el 25 de Julio de 1880 en Bene­vento. Su padre era presidente del Tribunal de Justicia. A pesar de la influencia de los masones en muchos ambientes, sobre todo entre los hom­bres que tenían cargos públicos, nunca negó su fe católica. Cuando Gius­seppe tenía ocho años la familia se trasladó a Nápoles, cuando su pa­dre fue promovido a un cargo superior.
    Con excelentes calificaciones, Giusseppe concluye sus estudios de se­gunda enseñanza, especialmente en Biología, Física y Química y se deci­de sin dudarlo por la carrera de Medicina. Aunque es marcada su inclina­ción por el estudio, lo que más le mueve es la miseria de los más pobres. Quiere mitigar los dolores, del cuerpo y del alma, de incontables herma­nos que sufren, pero de manera especial de esos otros enfermos a los que parece que casi nadie quiere porque sólo hay que esperar que se despidan de este mundo: los desahuciados.

    Era un profesional … en serio
    En 1903 obtiene el Doctorado en Medicina y enseguida empieza a trabajar en el hospital para incurables más grande de la ciudad. Muy pronto, pacientes y médicos colegas, advierten que Mos­cati no es un médico más: antepone día y noche el servicio a los en­fermos a cual­quier asunto de su vida privada.

    Don Giusseppe no es curandero. Ni médico matasanos o medicucho que improvisa recetas en serie para salir del paso. Hay que prescribir a cada enfermo todo y sólo lo que realmente necesita. Por las noches hay que estudiar los casos a conciencia y estar al día en su profesión; su dedicación le vale en los siguientes años una prestigiosa carrera públicamente reconocida. Le nom­bran Direc­tor de la Sección de Tuberculosis de todos los hospitales de la región, además de que ya es catedrático de Anatomía Patoló­gica, Fisiolo­gía Humana y de Química Fisiológica. Es un profesional comprometido, en cuer­po y alma, con su vocación. Por si fuera poco, fueron notables sus descubri­mientos en el campo de la bioquímica y sus investigaciones sobre los efec­tos del glucógeno. Alrededor de treinta de sus trabajos científicos fueron publicados en Italia y en el extranjero.
    José Moscati es hombre transparente, sincero. Las siguientes palabras, que dijo el 17 de octubre de 1922, puede considerarse como el resumen de su vida de médico, hombre de ciencia y de fe: Ama la verdad, muéstrate como eres sin falsedades, sin miedos ni miramientos. Y si la verdad te cuesta la persecución, acéptala; si te cuesta el tormento, sopórtalo. Y si por la verdad tuvieses que sacrificarte tu mismo y tu vida, se fuerte en el sacrificio.


    El éxito egoísta sirve de poco

    Si este gran médico se hubiera dedicado a la sola enseñanza, fácilmente se hubiera procu­rado una vida famosa, bien remunerada, en menos tiempo y más cómoda. Pero Moscati no busca ni la gloria del mundo ni las riquezas. Si estudia más y crece su presti­gio, es para poner su ciencia al servicio de los demás. Busca al hombre que sufre y a Cristo en ellos. Si lo felicitan por una operación difícil con la que salva la vida de un paciente, le quita importancia al elogio: —El Señor dirige todo, también la mano del médico, a El sólo hay que dar las gracias.

    Don Giusseppe es hombre que va bien vestido, sobriamente, pero pulcro, con su bigote bien cuidado. Muy conocido en Nápoles, es frecuente verle andar por aquellas calles estrechas y bulliciosas de los barrios más po­bres, donde la ropa recién lavada se tiende entre las fachadas. Por allí anda el médico, esquivando perros, mendigos y los juegos de niños grito­nes. A través de una ventana, se oye, una voz tipluda. Es una señora regordeta, lo más parecido, por fuera, a una soprano: —Dottore..!!: ¿vendrá al regreso a ver a mi hijo mayor que sigue en­fermo…? Don Giusseppe asiente con sincera sonrisa. De noche, con los ojos cargados de sueño después de haber visto decenas de pacientes, llega cariñoso hasta la cabecera de ese último. Asiste a cada una de las visitas con buena cara, sin sentirse víctima…, y siempre con un calor humano y delicadeza inconfundi­bles. Es un médico que cura con amor.

    Cada enfermo es una persona humana
    Hay que atender siempre las llamadas de emergencia, también cuando las hacen los pobres, a los que casi no les cobra nada; muy frecuentemente él mismo les da dinero para procurarse las medicinas. Cuando es oportuno ofrece su ayuda para que les atienda un sacerdote en los últimos momentos. Es un hombre muy humano y feliz, porque en cada enfermo ve mucho más que un clien­te: cualquier persona, el más desgraciado o hundido en los vicios, —¡qué importa quién!— necesita no únicamente de sus cuidados médicos, sino también de sus consuelos. Para el Doctor Moscati cada per­sona enferma es el mismo Cristo que se le acerca para pedir ayuda. Dos mil años después, en medio del trabajo profesional, se aplica a la letra, una de las condiciones para alcanzar la felicidad eterna del Cie­lo: Estuve enfermo y me visitásteis (Mt. 25, 26).

    Giusseppe Moscati no es un beato que, por no trabajar, se pase el día en la iglesia. Pero es indudable que saca toda su fuerza de la oración y de la Misa, a la que asiste a diario cuando apenas amanece. Si no, ¿cómo seguir adelante y tener una sonrisa amable para todos? Además, practica con naturalidad el ayuno y lleva sereno, sin exagerar, las fatigas de su trabajo, a veces sin un mí­nimo de descanso. Considera su agotamiento por los demás como parte de sus mismo trabajo, de una profesión que ama apasionadamente y ejerce con hondo sentido humano. En una carta escribe: ¿Por qué rechazar el sufrimiento? El Se­ñor sufrió sin medida por mí. Me duele el pensamiento de que tantos hombres desprecian el amor divino. Con gusto ofrezco algo para conducirlos a los pies de su Salvador .

    Una conversación con Caruso
    En 1906 acontece la gran erupción del Vesubio, volcán vecino a Nápo­les. Comienza una lluvia de ceniza y Moscati, de inmediato, avisado del peligro para el hospital, da la orden de evacuación y todos los en­fermos son llevados a lugares provisionales de protección. Cuando apenas han sacado al último, el techo del hospital se derrumba bajo el peso de la ceniza y de la lava y la mayor parte del edificio queda inservible. Mien­tras, los otros médicos, espantados, ya habían huído.

    Se cuenta que, años después, en 1921, Enrico Caruso, uno de los más geniales cantantes de ópera y mundialmente conocido, volvió a Italia gravemente enfermo. De los muchos médicos consultados para su diagnóstico, sólo el Doctor Moscati encontró la verdadera causa. Pero ya nada se pudo hacer, porque eran mínimas las esperanzas de curación. Al ir a atenderle en un hotel de lujo en Sorrento, al final, el mé­dico le dice: —Usted ha consultado ya tantos médicos, ¿por qué no consulta al mejor de todos que es Cristo, nuestro Señor y hace una confesión general? A los pocos días de haberse confesado, Caruso muere en el viaje que intentaba hacer a Roma.


    Morirse en la raya…

    El 5 de abril de 1927, entre tantos pacientes, el Doctor Moscati exa­mina a un sacerdote enfermo, el Padre Casimiro.
    Al terminar, el médico le pregunta: —¿Desde cuándo no celebra Usted la Santa Misa?

    El sacerdote contesta: —Desde hace dos meses .
    Pues… pronto se curará y por eso le quiero pedir que por favor ofrezca esa primera Misa por mí, le dijo el médico.

    Una semana después comienza Moscati su jornada idéntica, como todos los días. La mañana es de trabajo agitado en la Clínica. Llega a casa y toda­vía hay que atender a muchos pacientes que le esperan. A las tres de la tarde se retira a su privado y dice a la enfermera que no se siente bien. Cuando poco después entra ella, le encuentra sen­tado con los brazos cruzados: no hacía ni cinco minutos que acababa de morir. No habrá sido demasiada sorpresa para él encontrarse de repente con Dios, ha­bituado como estaba a conversar con El en medio de sus ocupaciones habitua­les.
    Al día siguiente el Padre Casimiro bajó por primera vez a la capilla del hospital para ofrecer la primera Santa Misa después de su recuperación. Allí le dijeron que Moscati había muerto.

    El mundo necesita médicos con rostro humano
    La vida de Moscati ayuda a entender mejor que nuestro mundo necesita urgentemente médicos y enfermeras de otro tipo. Que traten a sus pacientes como un padre o una madre lo hace con sus hijos enfermos. No basta que sean hombres sabios y expertos, o premios Nobel y nos hagan trasplantes de todo. Ni que tapicen sus consultorios de diplomas y títulos para impresionarnos. Y aunque nos apliquen su ciencia con instrumentos preciosos —de tipo digital, computarizado, con láser y nos metan otros novedosos rayos en nuestros enfermitos cuerpos— tienen que ser, antes que todo, hombres que curan a otros hombres. La medicina se está desarrollando progresivamente y los descubrimientos de los genios asombran al mundo. Pero esta estupenda profesión, que es sólo para atender a humanos, se está deshumanizando. Cuántos enfermos en el mundo entero reciben el trato frío, a veces duro y desencarnado, sin corazón, de doctores que les dicen que sí los quieren curar, pero parece que más bien les quieren…. cobrar —y ¡¡pronto, que entre el siguiente!!— para que se cumplan los turnos y citas. Quizá los que más urgentemente necesitan trasplantes de corazón son algunos médicos y sus enfermeras.

    Una vez el Doctor Moscati escribía a un joven doctor, alumno suyo recomendándole cómo debe atender a sus pacientes: no sólo se debe ocu­par del cuerpo, sino de las almas con el consejo, y entrando en el espí­ritu, antes que con las frías prescripciones que hay que llevar al farma­céutico.
    La vida de este gran médico nos dice que hay que curar al enfermo sin brusquedades. Que no sea sólo revisar al paciente que sigue en la cola y hacerle rápido sólo cinco preguntas de rutina. Que la atención médica tampoco se reduzca a recetar las mismas pastillas, gotas, pomadas, inyecciones, transfusiones, o decir con solemnidad que se requieren urgentes análisis, estudios y chequeos de todo, y hasta operaciones carísimas…. y, lo que es peor, que realmente no son necesarios pero de ese modo el médico se embolsa bastante dinero.

    La Medicina tiene una ética y humanismo propios. De allí que todos los enfermos del mundo deben ser tratados como lo que son: personas humanas. No dejan de ser humanos por estar desvalidos. Y, como muchos son pobres, se les debieran dar precios más justos y mejores condiciones de pago. Y a cualquier persona, si se le ha de revisar o auscultar, se hará con el máximo y delicadísimo respeto. Un enfermo que desea curarse, no busca un veterinario. Por eso desea que le escuchen, le comprendan, le sonrían, animándole a curarse. Si fuera preciso, agradecerá mucho que el médico también le dé cierta ayuda espiritual para encontrar sentido a lo que le pasa y optimismo para llevar sus penas con paz. Los médicos curan con sus conocimientos, pero alivian más pronto a sus pacientes con el interés y afecto que ponen en sus dolencias.

    De este desconocido y gran médico se ha hecho este emotivo y grandísimo elogio, que vale sobre todo por quien lo hizo: Por naturaleza y vocación, Moscati fue ante todo y sobre todo el médico que cura: responder a las necesidades de los hombres y a sus sufrimientos fue para él una necesidad imperiosa e imprescindible. El dolor del que esta enfermo llegaba a él como el grito de un hermano a quien otro hermano, el médico, debía acudir con al ardor del amor. El móvil de su actividad como médico no fue, pues, solamente el deber profesional, sino la conciencia de haber sido puesto por Dios en el mundo para obrar según sus planes y para llevar, con amor, el alivio que la ciencia médica ofrece, mitigando el dolor y haciendo recobrar la salud. Por lo tanto, se anticipó y fue protagonista de esa humanización de la medicina, que hoy se siente como condición necesaria para una renovada atención y asistencia al que sufre

    Todos los enfermos del mundo necesitan un trato sencillamente como lo que son: personas humanas. No dejan de ser humanos por estar desvalidos. Y, como muchos son pobres, no se les ha de cobrar más de lo justo. Y si se les ha de revisar o auscultar, se hará con el máximo y delicadísimo respeto, más si son mujeres. Un enfermo que desea curarse, no busca un veterinario, ni se siente coche descompuesto que entra a un taller mecánico. Desea que le escuchen, le comprendan, le sonrían, animándole a curarse. Si fuera preciso, agradecerá mucho que el médico también le dé cierta ayuda espiritual para encontrar sentido a lo que le pasa y optimismo para llevar sus penas con paz. Los médicos curan con sus conocimientos, pero alivian más pronto a sus pacientes con el interés y afecto que ponen en sus dolencias.

    De este desconocido y gran médico se ha hecho este emotivo y grandísimo elogio, que vale sobre todo por quien lo hizo: Por naturaleza y vocación, Moscati fue ante todo y sobre todo el mé­dico que cura: responder a las necesidades de los hombres y a sus sufri­mientos fue para él una necesidad imperiosa e imprescindible. El dolor del que esta enfermo llegaba a él como el grito de un hermano a quien otro hermano, el médico, debía acudir con al ardor del amor. El móvil de su actividad como médico no fue, pues, solamente el deber profesional, sino la conciencia de haber sido puesto por Dios en el mundo para obrar según sus planes y para llevar, con amor, el alivio que la ciencia médica ofrece, mitigando el dolor y haciendo recobrar la salud. Por lo tanto, se anticipó y fue protagonista de esa humanización de la medicina, que hoy se siente como condición necesaria para una reno­vada atención y asistencia al que sufre.[1]

    [1] Juan Pablo II, Homilía en la Ceremonia de Canonización del Doctor José Moscati, 16 de octubre de 1987.


    miércoles, 4 de abril de 2012

    Viviendo Semana Santa en Familia

    Viviendo Semana Santa en Familia


    Vía Crucis para niños, en forma de cuento.
    Autor: Pablo Córdoba | Fuente: Catholic.net

    Semana Santa en Familia
    Semana Santa en Familia

    La abuela le pide que la acompañen a la Iglesia.

    Qué aburrido! –piensa Dalma, la nieta adolescente; pero, al recordar que están en Semana Santa, decide ir.

    –¡Vamos! –grita Matías, de ocho, que ve en la invitación una ocasión para atrapar palomas en el campanario.

    Es una tarde fría. El cielo está nublado.

    Llegan a la Iglesia. Un candado avisa que está cerrada. La abuela les indica ir por el lateral; seguro que, la puerta estará abierta.

    Entran por la parte trasera. No hay nadie adentro.

    –¿Qué les parece si rezamos el Vía Crucis?

    –¿Qué es eso? –pregunta Matías .

    –Es recorrer, siguiendo estos cuadritos, el camino que hizo Jesús llevando la Cruz, hasta su muerte –responde su hermana.

    El niño se para frente al primer cuadro y lee: “Jesús es con–de–na–do”. Mira a las mujeres y con picardía pide una explicación.

    La nona hace un gesto de complicidad y comienza con el relato:

    “Eso fue en la mañana del viernes. El gobernador sabía que era inocente. Y, buscando excusas para liberarlo, les dio a elegir al gentío entre Cristo y Barrabás, un asesino que nadie quería.

    “La muchedumbre pidió a gritos que liberen al delincuente; y que crucifiquen a Jesús. ‘¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!’, gritaban enfurecidos.

    –Pero... ¿no era bueno? –comentó Matías.

    –Buenísimo. Él los había curado, les había dado de comer, les había enseñado las cosas de Dios, como en la catequesis –dijo la mujer acariciando la cabecita del pequeño y prosiguió con el relato.

    “Entonces, para que la gente se calmase, el gobernador mandó azotar al Nazareno.

    –Eso es lo más impresionante de la película... –comentó Dalma– ...cuando le arrancan la carne a latigazos.

    “Después –continuó la abuela– lo abofetearon y le clavaron una corona de espinas.

    “Pero aún faltaba lo peor: la humillación de llevar la cruz hasta la cima del monte Calvario, donde sería crucificado.

    “Jesús carga con la Cruz. Apenas sale a la calle, la gente se amontona. Algunos aprovechan para insultarlo y escupirlo. Otros, para demostrarle a los soldados que no estaban de su lado, le gritan groserías.

    “Entre ellos está uno de los que había curado la lepra, está la madre de una niña que había resucitado... Cristo los reconoce. Podría llamarlos por su nombre. Los mira. Ellos prefieren bajar la cabeza.

    Dalma se imagina entre la gente. Se siente parte del relato.

    “Se escuchan ruidos de metales. Son los soldados que vienen a exigirle que se apure. Al día siguiente es feriado y quieren terminar temprano. Uno le da un empujón. Jesús cae por primera vez.

    –Acá está el dibujo –dice Matías, señalando la tercera estación.

    –¿Alguna vez te caíste?

    El niño recuerda cuando se cayó de la bicicleta. Le había sangrado el codo y se había raspado las rodillas. Lo peor había sido cuando su mamá le lavó las heridas con agua y jabón.

    –¡Ay! –exclamó al comprender. La nona siguió contando.

    “Los soldados se enfurecieron porque demoraba en ponerse de pie. Uno le tiraba de los pelos, otro lo azotaba.

    “Gritó tan fuerte que María, que estaba lejos, lo escuchó.

    “Luego se abrió paso entre la multitud.

    “Por fin, Jesús se encuentra con su Madre”. Pero está tan desfigurado que ella no lo reconoce. Lo mira a los ojos y consigue ver en ellos, al pequeño que había crecido entre sus brazos.

    “Se contemplan durante unos instantes. El ambiente se llena de ternura. La gente, emocionada, los contempla sin hablar, hasta que otro latigazo obliga a Cristo a separarse de su mamá.

    “La Virgen se queda sola.”

    Los niños sienten compasión por la Madre de Dios.

    Caminan unos pasos y se detienen en la quinta estación.

    –¿Quién es ese hombre?

    Simón de Cirene carga con la Cruz –lee la joven, a modo de respuesta.

    “Cristo no tiene más fuerzas para continuar. Entonces, los soldados buscan a un hombre para que le ayude a cargar con los maderos.

    “Lleno de miedo, Simón se niega. Se siente poca cosa para estar al lado de Cristo. Éste lo mira y le infunde confianza. El cireneo vence el miedo y le ayuda con la Cruz.

    “Es un aporte ínfimo entre tanto dolor, pero significa mucho para Cristo que recibe agradecido el favor de su nuevo amigo.

    –Cuando sea grande, yo le voy a ayudar –agrega el pequeño.

    –No hace falta que crezcas. Ahora podés hacerlo: siendo obediente, haciendo las tareas, no peleando... Eso hace muy feliz a Jesús.

    Se detienen en la sexta estación. La abuela se inclina hacia la nieta y en la intimidad le comenta:

    “Entre la muchedumbre hay una mujer que simpatizaba con su mensaje y con el grupo de mujeres que lo seguía; pero, por tímida, no se había comprometido a seguirlo.

    “Obligan a Cristo a tomar un atajo y, sin esperarlo, pasa delante de ella. Al verlo tan cerca, la mujer rompe con su timidez, arranca un lienzo de su vestido y, cuidadosamente, Verónica enjuaga el rostro del Señor.

    Dalma, recuerda cuando por “timidez”, no defendió el mensaje de la Iglesia entre sus compañeras... y se avergüenza.

    La abuela teme que la joven esté aburrida y quiera regresar a casa.

    –Seguí contando –dijo el mocoso.

    La joven toca el brazo de la abuela con gesto indeciso y también le pide que siga con el relato.

    Miran hacia atrás. Las puertas estaban abiertas. Había muchas personas recorriendo el Vía Crucis. Algunos rezaban el Rosario. Otros, en fila, esperaban para confesarse.

    En la casa, no ha dejado de sonar el teléfono. Son las adolescentes que preguntan por su amiga.

    “Salió con la abuela” –responde la mamá una y otra vez. Al pasar por la habitación del niño sonríe: no está con los jueguitos de la computadora.

    –Si quieren que sigamos, tenemos que cruzar del otro lado.

    Los niños aceptan, buscan la séptima estación y se detienen frente a ella.

    “Estaba muy cansado, sus pasos eran cada vez más cortos y torpes. De pronto, topa con una piedra y cae por segunda vez.

    La abuela piensa en las caídas del alma que suelen ser más dolorosas que las otras. Recuerda las veces que prometió no volver a caer y que igual tropezó con la misma piedra.

    Admite que su carácter, sus caprichos y su egoísmo, terminan siendo las piedras con las que tropieza Cristo. Obstáculos que traicionan el camino espiritual.

    –Abuela: ¿quiénes son estas señoras? –la interrumpe en su reflexión, Matías.

    –Son un grupo de mujeres que, afligidas por lo que está pasando, lloran sin consuelo. Cristo se detiene ante ellas y les dice: “No lloren por mí, sino por sus pecados y por sus hijos.

    “Les explica que causan más sufrimiento las faltas de caridad y la indiferencia de su hijos, que los latigazos de los romanos. Así, Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.

    –Voy a pedirte una cosa, –le dijo a Matías que, como a todo niño, le gusta que le hagan encargos importantes–. Quiero que en tus oraciones pidas perdón por las ofensas de los hombres que no rezan, que no van a Misa y que blasfeman.

    –Que rece por los ateos también –agrega Dalma.

    –No solamente por ellos sino también por los bautizados que se han ido a otras iglesias, por los que sólo acuden a Dios en los momentos malos y después se olvidan...

    “Por las mujeres que abortan y por las que no transmiten la fe a sus hijos –concluye la abuela y vuelve al Via Crucis:

    “Le duele más el corazón que el cuerpo. Es tanta la amargura de su alma, que no resiste más... y cae por tercera vez.

    “Sabe que con su sacrificio está pagando el rescate de todos los hombres que somos rehenes del pecado.

    –Como los secuestros que aparecen en la tele.

    –Algo parecido –responde la mujer con una leve sonrisa.

    –Y acá... ¿qué pasó? –pregunta el niño.

    “Llegaron al lugar de la crucifixión. Los soldados le quitan la ropa y se la sortean.

    “Cristo, permanece en silencio, no se queja ni está enojado.

    “Lo acuestan encima del madero que está en el suelo. Toman sus brazos y, traspasándolos a golpe de martillo, lo clavan en la Cruz. Toman sus pies y hacen lo mismo.

    “Una vez clavado, lo elevan junto a dos malhechores. Allí lo dejan: con las heridas, la sangre y los brazos extendidos.

    “Todo es desolación y misterio. María no puede creer lo que han hecho con su hijo. Desde la Cruz, Él la consuela con la mirada y le regala una tenue sonrisa.

    “Luego llama a su amigo Juan, que estaba junto a María, y le pide que en adelante cuide de su mamá, que no la deje sola.

    “María también se acerca para escuchar de labios de su hijo la última petición: “quiero que seas la Madre de todos”.

    “El cielo se oscurece. Tiembla la Tierra. Los ángeles lloran en el momento en que Cristo muere en la Cruz.

    “Aquel niño nacido en un pesebre, aquel joven que había llorado y reído junto a sus amigos, aquel mismo que había sanado a tantos... estaba muerto.

    “La reflexión ganó el corazón de todos. Al ver que habían clavado a un inocente, comenzaron a marcharse. Algunos soldados sintieron el sabor amargo del arrepentimiento; otros, el de la culpa.

    “Lejos quedaron los días de gloria: el milagro de Caná, la pesca milagrosa, la resurrección de Lázaro, la entrada en Jerusalén.

    “Hay dos seguidores: José de Arimatea y Nicodemo, que no habían participado de estos momentos pero que estuvieron presente cuando el Señor más los necesitó.

    Piden permiso a Pilatos y bajan su cuerpo de la Cruz.

    “Su madre lo toma entre sus brazos. Se renueva el dolor al comprobar que el cuerpo de su hijo estaba muerto.

    “La tarde llega a su fin. Es de noche, cuando dan sepultura al cuerpo de Jesús. Lo ponen en una cueva cavada en roca y dejan caer una gran piedra sobre el ingreso.

    “Todo hace pensar que sus enemigos tenían razón: Cristo no era más que un gran hombre, un magnífico profeta... pero no era Dios.

    “El día sábado, ya muchos se habían olvidado del Maestro, ya nadie hablaba del Nazareno. Todos estaban ocupados en los preparativos de las fiestas.

    La nona los invita a sentarse.

    “El domingo, antes de que amaneciera, un grupo de mujeres fue a llevarle flores y perfumes. Durante el camino se preguntaron quién movería la piedra. Ellas no tenían tanta fuerza.

    “Cerca del lugar, observaron que la piedra estaba corrida. Corrieron y, al entrar al sepulcro, vieron que no estaba el cuerpo. Pensaron que lo habían robado. En su lugar, había dos ángeles vestidos de blanco.

    “Uno de ellos les dice: ‘¿por qué buscan entre los muertos al que ha resucitado? ¡Cristo está vivo y vivirá por siempre!’, agrega con una amplia sonrisa entre los labios.

    “Es tanta la alegría de las mujeres que tiran las flores al suelo y salen corriendo para contar a los discípulos lo que ha pasado.


    Una vecina se acerca para saludar a la abuela, sin embargo, al ver a la adolescente rezando de rodillas, se detiene.

    La abuela acomoda a Matías, que está dormido, en su falda. Con tiernas caricias sobre su cabecita da por finalizado el relato.

    Dalma mira la imagen del Cristo en la cruz y, emocionada, le anuncia que se anotará en el grupo juvenil de la Parroquia.

    Le brillan los ojos de sólo imaginarse enseñando la catequesis a los niños del barrio. Sueña con el campamento de verano. Se imagina misionando, llevando la alegría cristiana a los más necesitados. Sonríe.

    En tanto, Matías sueña con que defiende al Señor con su espada de juguete. Le asegura a la Virgen que, en adelante, no estará más sola. Él será su protector.

    Mientras los nietos imaginan ese porvenir, la abuela recuerda los viernes santos de su época: cuando las mujeres iban vestidas de luto, cubriendo los rostros con mantillas negras.

    Recuerda a su abuela de tez blanca y ojos oscuros que, con la voz clara y temblorosa de las mujeres valientes que hablan en público, decía:

    –Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.

    A lo que los demás respondían:

    –Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.