Debemos recordar que es la misma Virgen María la que se ha
aparecido en los distintos lugares, en estos tres momentos para ayudarnos y
animarnos a seguir adelante en nuestro camino al cielo. En estas apariciones, la
Virgen nos ha pedido rezar el Rosario, acudir al Sacramento de la Penitencia y
hacer sacrificios para la salvación del mundo.
La Virgen de Guadalupe es
muy importante para la fe de todos los mexicanos, pues en ella nuestra Madre del
Cielo manifestó claramente su amor de predilección por este pueblo, dejando un
hermoso mensaje lleno de ternura y dejando su imagen grabada en un ayate como
muestra de su amor.
En el
Nican Mopohua se puede encontrar la historia completa de las
apariciones de la Virgen de Guadalupe, pero aquí presentamos un resumen de la
misma:
Hace muchos años, los indios aztecas que vivían en el valle de
México, no conocían a Jesús. Ellos tenían muchos dioses y eran guerreros. Los
misioneros eran unos sacerdotes que vinieron de España y que poco a poco fueron
evangelizando a los indios. Les enseñaron a conocer, amar e imitar a Jesús en la
religión católica y los bautizaron.
Entre
los primeros que se bautizaron, había un indio muy sencillo llamado
Juan
Diego, quien iba todos los sábados a aprender la religión de Cristo y a la
misa del pueblo de Tlatelolco.
El sábado 9 de Diciembre de 1531, cuando
Juan Diego pasaba por el Cerro del Tepeyac para llegar a Tlatelolco, escuchó el
canto de muchos pájaros y una voz que le decía: "Juanito, el más pequeño de mis
hijos, ¿a dónde vas?". Al voltear Juan Diego vio una Señora muy hermosa.
La Señora le dijo: "Yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del
verdadero Dios. He venido hasta aquí para decirte que quiero que se me construya
un templo aquí, para mostrar y dar mi amor y auxilio a todos ustedes".
La Virgen le dijo a Juan Diego que fuera a ver al Obispo y le contara lo
que Ella le había dicho.
Juan Diego salió de la casa del Obispo muy
triste porque no le creyó. Entonces fue al Cerro del Tepeyac a pedirle a la
Virgen que mejor mandara a un hombre más importante porque a él no le creían.
La Señora le dijo a Juan Diego que volviera el domingo a casa del
Obispo. Esta vez, el Obispo le dijo que le trajera una señal, es decir, una
prueba de que la Señora de verdad era la Virgen.
Juan Diego no pudo ir
al día siguiente al Tepeyac, pues su tío Bernardino se puso muy enfermo y fue
por un médico. Fue hasta el martes, cuando al pasar por el cerro para ir por un
sacerdote que confesara a su tío, se le apareció la Virgen y le dijo: "Juanito,
Juan Dieguito; ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra?
¿Por qué te preocupas?”. Después, le hizo saber que su tío ya estaba curado y le
pidió que subiera a la punta del cerro a cortar unas rosas y las guardara en su
ayate. Juan Diego se sorprendió de aquella orden, pues era invierno y no era
tiempo de rosas. Sin embargo, obedeció y encontró las rosas tal como la Virgen
le había dicho. Se las llevó y Ella le dijo: "Hijo mío, el más pequeño, estas
rosas serán la prueba que llevarás al obispo".
Juan Diego fue de nuevo a
ver al Obispo y le dijo que la Virgen le había mandado la prueba de que Ella era
realmente la Virgen.
Al soltar su ayate, las rosas cayeron al suelo y
apareció dibujada en la tela la preciosa imagen de la Virgen de Guadalupe.
Fue entonces cuando el Obispo creyó que la Virgen quería que le
construyeran en ese lugar un templo.
El ayate permaneció un tiempo en la
capilla del Obispo Fray Juan de Zumárraga. El 26 de diciembre de 1531 lo
trasladaron a una ermita construida al pie del Tepeyac.